Poder, comer, y poder comer: una breve mirada a la crisis alimentaria global
En estos tiempos en que la globalización debería estar permitiendo la correcta colocación de los recursos mundiales, asistimos a una de las peores crisis alimentarias de las últimas décadas. Los precios al alza hacen que en ciertos países sea imposible comprar una libra de arroz para una familia entera y, como es costumbre, son los pobres los que se ven más afectados. ¿A qué se debe esta repentina escalada global en los precios de los alimentos?
La pregunta
puede abordarse desde distintas perspectivas. Por un lado, tenemos la tan
mentada problemática generada por el calentamiento global y los cambios en el
medio ambiente, que alteran los ciclos productivos y hacen de tierras que antes
eran fértiles, unos campos secos e imposibles de labrar. Por un lado, están los
rápidos procesos de desertificación en África hacen que los terrenos
cultivables sean cada vez menores; y por otro, las inundaciones en otras partes
del mundo que dañan cosechas enteras llevándose las semillas y erosionando el
suelo. Esto hace inevitablemente que la comida sea cada vez más difícil de
producir y por lo tanto sea más escasa y costosa.
A esto hay que
sumarle el tema energético. Los precios del petróleo alcanzan niveles
astronómicos día tras día, haciendo que todo en la cadena de producción de
alimentos se vea alterado, subiendo los precios de cada una de las fases. Así,
el campesino que siembra la tierra ve encarecidos los insumos como las semillas
o los fertilizantes, haciendo que para que sea lucrativa su cosecha, tenga que
subir el precio de venta a los distribuidores. A su vez, sacar el producto del
campo hasta los sitios de distribución requiere de combustible, y por lo tanto
seguimos sumando al precio final y dificultando el acceso a los alimentos por
parte de las personas con menos recursos. Según la FAO, los precios mundiales
de los alimentos se han incrementado de forma descomunal, siendo así que el
precio del maíz ha subido en un 53%, el del arroz 74%, el de la soya 87% y el del trigo un 130%.
Pero el tema
energético no termina allí. El incremento en la demanda de otro tipo de
energía, como los biocombustibles –por el precio impagable de la gasolina y por
la inminencia de su agotamiento– hace que la comida sea aún más escasa. Para
producir combustible a partir de vegetales, es necesario reducir la cantidad de
tierras y de cosechas que se destinan para la producción de alimentos. Es este
el caso de países como México que en vista de lo lucrativo del negocio han
preferido importar aquello que antes producían para el consumo en alimentos y
destinar lo cosechado para las nuevas alternativas energéticas. Como señaló el
Relator de Naciones Unidas para el Derecho de la Alimentación, “hay que frenar
el cambio climático, pero sin matar de hambre a la gente”.
Así mismo, está
la creciente demanda de productos alimenticios por parte de países como India y
China que cuentan con una población inmensa en la que aparece una creciente
clase media que reclama a pasos agigantados más y mejor comida. Ésta situación
abre un mercado vastísimo para las exportaciones de países productores, pero a
la vez constituye un desangramiento en materia de seguridad alimentaria para
los mismos, puesto que la producción se vende con meses de antelación y al
final tienen que responder primero ante sus compromisos con los países
compradores, que con sus propios ciudadanos.
Con la creciente
preocupación sobre el estado actual de los países afectados, diversas naciones
han decidido hacer donaciones para tratar de aliviar el problema inmediato de
la hambruna pero es entonces cuando surge un nuevo problema. Paradójicamente,
estas donaciones no obtuvieron los resultados que se habían proyectado debido principalmente
a 2 fenómenos: en muchos de los escenarios, las donaciones fueron a engordar
las arcas de funcionarios corruptos (y a los mismos funcionarios); mientras que
en otros casos, aún más irónicos, toneladas de productos terminaron pudriéndose
en bodegas por no tener en cuenta las particularidades culturales, tales como
no enviar carne a países de mayoría vegetariana. situación
Lo que se
necesita hacer realmente es mejorar los niveles de seguridad alimentaria y
aumentar la producción, así como incrementar los niveles de tecnificación del
agro. Si bien es necesario un alivio inmediato, lo que es realmente útil es
hacer proyecciones a largo plazo, que
redunden en beneficios para la población de estos países y que prevengan
situaciones similares en el futuro. Aún así, según las proyecciones, será necesario
incrementar la producción alimentaria en un 50% para evitar este tipo de
situaciones. Es de preguntarse ¿Nadie se dio cuenta que existía un déficit de
este tamaño en los mercados globales? Siempre queda la duda de qué tantos
intereses se mueven tras los informes que deberían ayudar a prevenir crisis
como la actual.
A lo anterior
hay que sumarle el hecho de que los países que tienen posibilidad de producir
comida, intentarán guardarla para sí mismos antes de exportarla a países que la
necesiten. Cerrando sus fronteras comerciales bajo el argumento de la seguridad
alimentaria, países como India han
ayudado a empeorar la crisis, puesto que reducen el flujo comercial de
alimentos e impiden la distribución adecuada de estos, pero tampoco se les
puede culpar por temer ente la escasez que ahondaría aún más los problemas de
salud pública nacionales, aún cuando eso signifique empujar a miles de personas
a la inanición.
Pero uno de los
hechos más increíbles es que, mientras en Bangladesh o Liberia la gente está
luchando por sobrevivir con raciones mínimas, en otros países el nivel de
comida desperdiciada sea tan alto. Hace poco se reveló un estudio en el que se
determinó que solo en Estados Unidos la gente desperdicia al año un total de 30
millones de toneladas de comida, lo que representa alrededor de un 30% de los
alimentos que compran.
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