Memorias Virtuales

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Esta época, nuestra época, es literalmente virtual. ¿Qué quedará de nosotros para la posteridad? Nuestro mundo y nuestras vidas están minuciosamente descritas, analizadas, guardadas en millones de diminutas casillas electrónicas, legibles únicamente para nosotros y nuestro tiempo y que quedan obsoletas cada vez más a prisa. Dentro de algunos años nuestro único registro perdurable de existencia estará quizás en la basura apilada que se niega a desaparecer o tal vez en un par de libros de auto superación –lastimosamente igual de imposibles de degradar.

Los hombres por lo general sólo guardan memoria de aquello que les impacta y les apasiona, olvidando el resto de situaciones, y la modernidad se esfuerza por dejar de apasionar. Eliminar lo espontáneo y lo esencial se convierte es la forma más eficiente de organizarlo y clasificarlo todo, y hay que aceptar que para nuestro mundo lo importante es la eficiencia.

No sabemos si es la primera vez en la historia que esto sucede. Quizás hubo en el pasado otras sociedades igualmente virtuales de las que no podremos saber nada, nunca. Quede claro que tampoco digo que seamos dignos de recordar y que la pérdida de nuestra memoria no sea más una bendición que una desgracia para las futuras generaciones, pero siempre existe la esperanza de que lo logrado hoy sea recordado por otras personas y otros tiempos, de no haberse equivocado tanto.

Asistimos pues, al incendio de nuestra propia Biblioteca de Alejandría, a nuestra quema de libros del emperador Shi Huang Di, inducida, deseada y alcanzada por nosotros mismos. Esta misma queja existe tan solo perdida en un mar imposible de tocar que, a diferencia de otros océanos intangibles, carece de toda fé. Nuestro mundo virtual, perfectamente aséptico y ordenado, tiende a evaporarse con la misma volubilidad que el alcohol y nosotros nos regocijamos embriagados de inconsciencia.

Perdure pues lo que deba hacerlo, o lo que pueda.

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